El mensaje es proclamación pues se presenta con autoridad y vigor dignos del Dios de quien proviene. En el mundo de hoy no se oye tanto la voz de Dios sino voces extrañas que hablan con pretendida autoridad humana.3 Sin embargo, quien proclama el mensaje con autoridad divina tiene la innegable ventaja de que el oyente sabe en lo íntimo de su alma que está oyendo una verdad de Dios. El cristiano en general y el predicador en particular tienen autoridad pues Dios les ha dado espíritu de poder (Hch.
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